“Bailar es como soñar con los pies.” – Constanze

En el marco del Día Internacional de la Danza, quiero abrir el corazón para compartir un momento muy significativo: el año pasado, el curador y editor británico Chris Coe, fundador de Travel Photographer of the Year (TPOTY), publicó un artículo titulado “The Power of Dance” destacando mi trabajo visual sobre la danza y la Salsaterapia.
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Que una propuesta nacida desde Bolivia —profunda, vital y comunitaria— llegue a tocar fibras en otras culturas, confirma algo que siento desde hace años: la danza es un idioma universal del alma, una medicina colectiva que trasciende todo lo que creemos separar.

La danza como pulsión vital
Desde tiempos remotos, la danza ha acompañado a la humanidad como una necesidad visceral de expresión. Está presente en ritos, ceremonias, celebraciones y duelos; es un grito rítmico que desafía la quietud de la vida cotidiana. Mover el cuerpo al compás de la música es recordarnos que estamos vivos.
Al bailar, el cuerpo se convierte en territorio habitado por la emoción, la energía y la conciencia. Es un acto que involucra todo el ser: sentimos, respiramos, creamos, liberamos. Y lo más bello: cuando alguien baila, quienes lo observan también se transforman. El cerebro del espectador se sincroniza con el del danzante, compartiendo emociones, ritmos y hasta beneficios neurobiológicos. Es una comunión no verbal, un espejo energético que nos une.
Bailar para sanar: cuerpo, mente y alma en movimiento

Lo que la ciencia confirma, la danza lo sabe desde siempre: bailar mejora la salud física, fortalece el corazón, reduce el estrés, activa la memoria y previene enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. También es una forma de medicina emocional: disminuye la ansiedad, eleva el estado de ánimo, incrementa la autoestima y mejora la calidad de vida.
Más allá del cuerpo, el movimiento estimula la plasticidad cerebral, promueve la neurogénesis y fortalece las conexiones neuronales. Cada paso, cada giro, cada pausa consciente es un estímulo que despierta circuitos dormidos, abriendo la puerta al aprendizaje, la creatividad y la resiliencia.
Y eso no es todo: bailar mejora el equilibrio de nuestra microbiota intestinal, ese segundo cerebro que regula emociones, defensas y metabolismo. Sí, la danza también llega al intestino… y lo transforma.
Cuando dos cuerpos bailan, dos corazones se sincronizan

Estudios han demostrado que cuando dos personas bailan juntas en sincronía, se genera un aumento significativo en la simpatía mutua, la confianza y la conexión emocional. Las endorfinas, la serotonina y la dopamina fluyen, provocando sensaciones de placer, alegría y euforia. No es solo química: es magia compartida.
La danza nos regala ese raro milagro de sentirnos parte de algo más grande. Nos conecta con los demás, nos devuelve la pertenencia, nos reconcilia con la vida y nos recuerda que no estamos solos.
La Salsaterapia: bailar para volver al centro


Desde mi experiencia como bailarina, fotógrafa y facilitadora de Salsaterapia, he visto cómo el movimiento puede romper bloqueos, desatar emociones congeladas y abrir espacios de confianza y ternura.



En cada clase, en cada sesión, cada cuerpo cuenta una historia… y todas son dignas de ser escuchadas.
Por eso recibir el reconocimiento de TPOTY fue más que un logro personal: fue la validación de que bailar no es un lujo ni un entretenimiento pasajero, sino una herramienta profunda de transformación individual y colectiva.

Hoy, quiero agradecer a cada persona que ha bailado conmigo, que ha confiado en el proceso, que se ha permitido sanar en movimiento.
Gracias por soñar con los pies.
Gracias por ser parte de esta danza que no termina.
¡Feliz Día Internacional de la Danza!
— Joana Vittoria
